Hace unos días cuando me encontraba en la biblioteca me he topado con un libro sobre piratas de la antigüedad, y me ha parecido que estos ¨personajes¨ podrían ser un buen tema, por lo menos por lo pintoresco, sobre el cual tratar en este blog náutico. Por lo que aprovecho para transcribir en esta oportunidad un apartado de este libro que habla sobre los atributos que debían tener los barcos piratas en aquella época para ser más efectiva su labor.

Cualidades esenciales de un barco pirata
Todos los barcos que usaban los piratas debían satisfacer ciertas cualidades, independientemente de su tamaño o de dónde se hubieran armado. El mar es un lugar lleno de peligros y los piratas se movían por zonas de costa en las que abundan los huracanes, los ciclones y las tormentas tropicales, por no hablar de las tormentas del Atlántico y las turbulentas aguas de los cayos. Teniendo vetado el acceso a los puertos convencionales, los piratas eran más vulnerables a los estragos causados por el viento y el oleaje que cualquier otro marino. Por estos motivos, las instalaciones y accesorios de sus barcos debían resultar muy resistentes: velas para tormentas, un casco resistente y estanco, bombas de achique en buen estado y un timón muy sólido. Para navegar, lo más importante era contar con una tripulación experimentada.
Un barco pirata podía recorrer enormes distancias, no solo a través de los océanos sino también ascendiendo y descendiendo por la línea de la costa a lo largo de continentes enteros. Bartholomew Roberts1 realizó varios viajes transatlánticos y surcó grandes zonas de caza desde Terranova hasta Brasil. Todo este movimiento ponía presión y causaba gran desgaste al barco, que necesitaba contar con un buen mantenimiento cuantas veces fuera oportuno para así conservar sus cualidades de navegación. Uno de los procesos esenciales para mantener el barco consistía en la limpieza del casco. La parte inferior del casco de un navío va acumulando, con gran facilidad, algas marinas y otros organismos que quedan adheridos y que, poco a poco, se van comiendo la estructura de tablas, con lo cual la embarcación pierde fuerza y, al mismo tiempo, ve incrementarse su peso y ralentizarse su velocidad; para los piratas, la velocidad adquiría una importancia esencial, de modo que no era extraño verlos escondidos en alguna zona aislada, carenando sus naves en una playa de fácil acceso o en una zona lisa cuyo régimen de mareas permitía acceder a los materiales adheridos en las zonas más bajas.

Si la embarcación no era rápida, probablemente los piratas no se interesarían por ella. Los enormes barcos con aparejo de cruz, si bien eran sólidos y tenían cabida para una nutrida tripulación —útil en el momento de caer sobre una presa—, no gustaban tanto como otras embarcaciones menores, más rápidas y ágiles, como por ejemplo los bergantines, que llevaban muchísimo velamen pero sobre un casco de menor resistencia. Las balandras y las goletas, aún más pequeñas, podían deslizarse por el agua a gran velocidad gracias a una sección transversal del casco más estrecha. Así pues, un barco de pequeñas dimensiones y gran rapidez ofrecía a los piratas la posibilidad de elegir entre varias alternativas: ir en persecución de otros barcos, aparecer por sorpresa en un puerto o en una ciudad, o bien huir con premura.

Además de la pericia de la tripulación, el tamaño del casco de la nave, y la forma y la envergadura de las velas disponibles, existía otro elemento que afectaba también a la agilidad y celeridad de los barcos piratas: el volumen de agua que desplazaban las naves. Los cañones constituían uno de los artículos más pesados a bordo de una embarcación. Los primeros bucaneros tendían a no acumular muchos pertrechos ni excederse con el armamento y todos los piratas preferían hacerse con las naves mediante el abordaje y posterior captura, evitando un bombardeo que comenzara por causar daños a la presa. Pero a principios del siglo XVIII, los capitanes piratas empezaron a llenar sus barcos con cañones y más cañones, de forma que se iban asemejando, cada vez más, a pequeños buques de guerra. Esta tendencia puede explicarse, en parte, como fruto de la vanidad y la bravuconería, pero al mismo tiempo es señal de que aquellos exitosos capitanes piratas tenían plena conciencia de ser perseguidos de un modo distinto al que habían sufrido sus predecesores. Ante la previsión de luchar a muerte contra patrulleras navales, los piratas dieron con un equilibrio propio y preciso entre los valores de tamaño, velocidad, capacidad de navegación y potencia de fuego.
La vida de los piratas
Editado por Stuart Robertson
Traducción castellana de Cecilia Belza
Editorial Crítica